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Esquirla

Una aspereza del duelo es saber que a nadie de los amados le importará realmente qué advenga de ti. No vibrarán de contento si te va bien. Y habrá indiferencia igualmente, o incluso regodeo, si te va mal.

Como la situación es reversible y tú estás en la misma disposición hacia ellos, se da la tentativa momentánea de revertirse hacia lo perdido, y probar a restaurarlo.

Como nada regresa en verdad, tal tentativa de reparar lo enajenado es imposible. 

Pero sí se alumbra lo que fue el amor, por una vez más que ya es posterior a la última, en una repetición externa a la serie de las repeticiones.

Entonces agradeces esos amores vividos, idos sin regreso. Y así portas contigo adelante, tras el ya nunca más, un siempre que no es del recuerdo sino de la verdad que desistió: como una esquirla suya que permanece incrustada en lo real.

Tal esquirla te promete, sin garantía, que otra verdad aún es posible.

Aplomo

Algo queda aún momentáneamente anudado: preguntarme qué pensarán ahora.

“Ahora” es el momento lógico en que se vendrán a advertir que no hay más entre nosotros. Y puede haber sucedido ya, en lo que es el tiempo, o sucederá en un rato.

Después vendrá otro momento, en que lidiaré con no saber qué piensen. Está ocurriendo ahora: “no me importa lo que penséis: lo hecho, hecho está”.

Y ahora un momento propio: “es mejor desanudar con coraje y enfado de vosotros, que repercutir tales pasiones en mí”. Pero este momento me es propio, solo mío. Estoy en la soledad posterior a ellos. 

Ya no estoy con ellos. En este momento, el tiempo azul acaba. Por completo, es decir: porque ha sido completado. Porque el duelo está hecho y en el duelo ha alcanzado la completud de sus valencias. No hay más duelo que hacer. No hay más que saturar.

No hay más palos que recibir. Ni violencia por mi parte.

Aplomo ahora, sin angustia.

Despedida

Vosotros, y quienes callo, habéis sido el tiempo azul.

La observación es de Nancy, pero es acervo compartido: tras la pieza musical, se hace el silencio físico de los sonidos, en el que dura aún un sonido (es el sentido) de la pieza. La pieza musical es una duración, es un tiempo formado.

Y el azul formó un tiempo. 

Ahora que ese tiempo ha dejado de durar, su sentido se proyecta más allá, en una duración que no es arbitraria (como sí el tiempo arbitral de descuento en los deportes). Si no es arbitraria, es motivada. 

El azul formó un tiempo. Dio su modalidad a ese tiempo, lo concretó.

La densidad de ese tiempo, su espesor de sentido, se proyecta más allá del azul, que era su forma.

Está ocurriendo ahora.

Ese proyectarse la densidad de un tiempo que no tiene posteridad, que alcanzó su final, más allá de sus formas, se describe o se historiza como duelo.

En el duelo se cumple todo. Las valencias que se realizaron, las que no. El duelo es una saturación de valencias. Es una simultaneidad de posibles e imposibles. Los de este tiempo acabado, realizados todos.

 La perfección, como saturación, es inalcanzable por la duración que despliega sus formas: la perfección las trasciende. No hay entelequia. O, si se quiere, la entelequia es trascendente al límite. El duelo es una ilimitación del tiempo. Y el tiempo ilimitado es posterior al tiempo. 

Si lo pensamos como devenir verdad, este devenir verdad está en hiato con aquello de lo que deviene. Algo se cumple, algo queda exhausto en sus posibles, cuando sus propios posibles le son impropios, cuando no le casan, o le sientan mal, cuando desiste. Entonces existe, fuera de sí.

Lo azul formó el tiempo. Y ahora está fuera del tiempo.

Formar es un reparto de los lugares, una asignación de los lugares y de aquello que tiene lugar en los lugares.

Lo azul repartió los lugares. Y tuvimos lugar en ellos. Es decir que en ellos duramos. Esa duración en los lugares nuestra fue nuestra comunidad. Ahora nuestra comunidad está fuera del tiempo. Lo azul que nos formó está excluido, quizá mejor forcluido, de la duración. Ahora tiene lugar, o acaece, sin tiempo, desanclado de su venir.

No solo yo he llegado a un límite vital. Entendiendo, por “vital”, la duración. Es simultáneo este límite en quienes fuimos. De una simultaneidad lógica, durativa. Este momento posterior es, en quienes fuimos, por igual. Todos estamos en este duelo lógico.

No hay continuidad con lo que fuimos. 

 

La tarea que nos queda por separado es tejer un tiempo nuevo, donde no estaremos quienes fuimos. Nada garantiza que se teja. Tejido es una imbricación de inconsistencias que, no sabemos cómo, se sostienen, se entre-tienen, y así duran. Pero decir que tejemos un tiempo es decir que somos distintos del tiempo que anudamos, como quien hace un trabajo es distinto de lo obrado. En realidad, y en verdad, somos tenidos por el tiempo. Fuimos tenidos por el tiempo. Solo hay psiquismos ahora, no sujetos: no hay un tiempo que nos sujete. Ni es posible fabricar un tiempo. “La tarea que nos queda por separado es tejer un tiempo nuevo” significa solo que es lícito sobrevivir biológicamente. Porque quién sabe qué (quizá…) se tejerá después.